Pedro Torres (Brasil, 1982) centra su práctica artística en temas relacionados a los conceptos de tiempo, distancia, memoria, lenguaje e imagen, utilizando una variedad de medios en el desarrollo de sus obras y proyectos de investigación. Ha expuesto recientemente en Aragon Park II (Madrid), The Green Parrot (Barcelona), Casal Solleric (Palma de Mallorca), Centro Párraga* (Murcia), Casa Seat* / LOOP Barcelona 2020, Chiquita Room* (Barcelona), Errant. Itinerarios de arte y pensamiento* (Iglesia vieja de El Pont de Suert), Festival Poesia i + (Caldes d’Estrach), Fabra i Coats: Centre d’Art Contemporani de Barcelona, OTR. espacio de arte (Madrid), Swab Barcelona, Dilalica (Barcelona), Bienal de Cuenca (Ecuador), ArtBo (Bogotá, Colombia), CaixaForum Barcelona, BienalSUR (Casa Nacional del Bicentenario, Buenos Aires, Argentina), Festival Embarrat (Tárrega), NC-arte (Bogotá, Colombia), ARCO Lisboa (Portugal), en la Galería Travesía Cuatro y La Casa Encendida (Madrid), Galería Luis Adelantado* (Valencia), Bienal de Mardin (Turquía), Bienal de las Fronteras (México), Blueproject Foundation* y Fundació Antoni Tàpies (Barcelona). Sus vídeos han sido proyectados en diferentes festivales en Europa, América del Sur y Asia. Ha recibido premios y becas, como PostBrossa (2021), la Beca Exchange art3/Homesession (2021), las Ayudas a la Creación S.O.S ARTE/CULTURA de Vegap (2021), Convocatoria de Producción de la Fundación “la Caixa” (2020), finalista del Premio Ciutat de Palma Antoni Gelabert de Artes Visuales (2020), la beca de investigación del Departamento de Cultura de la Generalitat de Catalunya (2020, 2013), el premio de producción de la Sala d’Art Jove de Barcelona (2013) y la beca de la Fundación Botín (2007), entre otros. Ha estado en residencias artísticas en Skagaströnd (Islandia), Seúl (Corea del Sur), Berlín (Alemania) y Barcelona (España). Algunas de sus obras y publicaciones pertenecen a las colecciones de MadridAbierto, Fundación Botín, Blueproject Foundation, colección olorVISUAL, ICP New York, UPV/Colección de libros de artista y otras colecciones privadas. Vive y trabaja en Barcelona, donde es artista residente en Hangar, Centro de producción e investigación de artes visuales.
* exposiciones individuales
Última actualización 1 de noviembre de 2021
Hoja de sala Un día me topé con un meteorito
En el breve cuento La distancia de la luna (1965), Italo Calvino nos habla de la voluntad humana en relación con objetivos inalcanzables, ficcionando un universo en el que el espacio que nos separa del satélite se convierte también en metáfora de los deseos, las pasiones y las obsesiones terrestres.
Dirigir la mirada hacia el cielo estrellado se corresponde con aquel impulso vertical al que los seres humanos siempre hemos respondido, un ímpetu del cuerpo que desvela preguntas sobre el origen del mundo, la necesidad de orientarse y la inclinación a explorar. Asimismo, y en distintas épocas históricas, esa acción ascendente ha encarnado la forma del sueño utópico, del miedo a la invasión, hasta asumir los rasgos de una futura colonización interestelar.
Desde las primeras carreras espaciales, la posibilidad de una expansiva «territorialización» del universo se relaciona hoy en día con la incertidumbre del futuro en la Tierra, reduciendo así la aparente distancia entre la alteridad del cosmos y nuestra cotidianidad. Es como si el espacio que habitamos, «infinito, indistinguible y uniforme en todas sus direcciones» (según el diccionario Cambridge) adquiriera substancia física y tangible, y nos obligara a despertarnos de nuestro caminar ensimismado.
Cuando el ya complejo debate sobre la naturaleza del «espacio» explotó a principios del siglo xviii, como se detalla en la correspondencia entre el filósofo alemán Gottfried Leibniz y el inglés Samuel Clarke, se enfrentaban dos posiciones principales: la racionalista, según la cual el espacio se correspondía con la relación de distancia o proximidad entre las cosas, y la absolutista, que lo identificaba con una entidad omnipresente y en parte reconducible a algo divino. Más tarde, Immanuel Kant hablaría del espacio como de un concepto abstracto al que el ser humano recurriría para dar sentido al mundo. De acuerdo con la física contemporánea, el espacio-tiempo vendría a ser finalmente un contenedor dentro del cual nos movemos y fluimos, un sistema imperceptible que determina, organiza y afecta nuestra existencia.
Abstrayendo el debate del discurso propiamente científico y reconduciéndolo a un contexto metafórico, la «mirada espacial» ofrecería entonces una vía para acotar la distancia entre lo infinitamente grande y nuestro microcosmo cotidiano, interrogando aquellas cuestiones que nos afectan de cerca, según un movimiento a la inversa que desde el cosmos interpele al cuerpo. Como si, caminando distraídos por la calle, nos topásemos con un meteorito.
El festival de videoarte LOOP Barcelona se asocia a CASA SEAT para presentar un proyecto site-specific del artista Pedro Torres. Desdibujando las fronteras entre video-creación, escultura e instalación, la exposición propone un recorrido lumínico y sonoro a través de las diferentes plantas de la casa. House of the Sun toma como punto de partida nuestra relación con el Sol, abordando conceptos como la distancia, el movimiento y los ciclos temporales. Explorar nuestra compleja relación con la estrella luminosa, significa también pensar en nuestro pasado, presente y futuro, profundizando a la vez en los debates acerca de la sostenibilidad y la supervivencia. El relato sobre nuestra conexión con el Sol pasa en fin por la vista: de la misma manera que lo necesitamos para ver, el Sol nos puede cegar y abrasar.
PLANTA 0
En el hall de entrada, nos encontramos con una gran instalación compuesta por telas amarillas colgadas, un proyector de diapositivas con filtros fotográficos en movimiento y algunos objetos. Una de las telas describe una forma sinuosa que recuerda la mitad de un analema, una forma curvada que, en astronomía, describe la posición del Sol en el cielo si observado desde el mismo lugar y en la misma hora a lo largo del año. Esta imagen visibiliza nuestra relación con el Sol, nuestra órbita a su alrededor y el paso del tiempo. Las telas remiten a cortinas caseras, cotidianas; son elementos sencillos que intermedian nuestra relación íntima con la luz solar. Cuando se consideran las unidades espaciales mínimas de consumo, la casa es una de ellas. Reflexionar sobre la sostenibilidad pasa entonces por nuestra intimidad y por nuestra relación con la luz. Otro elemento presente en la instalación es una planta. Como organismos vivientes, las plantas son seres cuya inteligencia (vegetal) funciona en escalas temporales que nos superan. Tienen una relación con el ambiente mucho más equilibrada en términos de aprovechamiento de recursos – entre ellos, la luz solar de la cual son primariamente dependientes y a través de la cual nos propician el suministro de nuestra existencia.
En la pantalla vertical, al lado de la instalación, vemos una animación gráfica que parte de un vídeo con los datos de emisión de CO2 derivado del uso de combustibles fósiles en el mundo. En 1800, se emitía una tonelada de gas por segundo. En 1850, sobre las seis toneladas por segundo y, cincuenta años más tarde, este valor se multiplica por diez. En los años 1950, son ya 187 toneladas por segundo y en los años 2000, pasamos de las 750 toneladas, a causa de la quema de combustibles fósiles. Con este ritmo, nos vamos aproximando a los niveles de CO2 de hace 15 millones de años, cuando las temperaturas eran hasta cuatro grados centígrados superiores a las actuales y el nivel del mar veinte metros más alto.
PLANTA MENOSUNO
Adentrándonos en el auditorio, una serie de vídeos se despliegan por el espacio, acompañados por configuraciones de telas amarillas, proyecciones y juegos entre filtros fotográficos. Los haces de luz de los proyectores forman pequeños soles repartidos por la sala y los filtros fotográficos puestos en movimiento evocan el sistema solar.
Entre los primeros videos en el recorrido, uno muestra un time-lapse de diez años de la actividad del Sol, registrada por el Solar Dynamics Observatory de la NASA. El ciclo solar tiene una duración de aproximadamente once años y es el período en el que los polos magnéticos norte y sur cambian de posición. Este cambio genera mucha actividad en la superficie del Sol, como las manchas solares causadas por los campos magnéticos. En el inicio de un ciclo, la cantidad de manchas es pequeña y aumenta según avanza el ciclo, hasta alcanzar su nivel máximo a mitad del ciclo solar. Las erupciones gigantes también aumentan según avanza el ciclo: erupciones que desprenden mucha energía y material en el espacio, causando las auroras en la Tierra y afectando hasta nuestras comunicaciones. Sobre el vídeo de la NASA, se superponen los símbolos astrológicos del Sol y de la Tierra, insistiendo así en dos vías para interpretar nuestra relación con el cosmos: la observación científica y la interpretación subjetiva de la influencia de los astros en nuestras vidas.
En otro de los vídeos, una serie de imágenes de distinta cronología muestran las manchas solares, las erupciones, los eclipses y la corona solar, llevándonos a un pasado científico poco definido en cuanto a los dispositivos de imagen. En otra pantalla, una serie de datos toman la forma de configuraciones abstractas: un video muestra un mapa del calentamiento global, con la subida de las temperaturas representada por colores, desde 1884 a 2019, en el que pasamos de un azul claro a un rojo intenso en las últimas décadas; el otro muestra la cantidad de CO2 en la atmósfera, de 2002 a 2016, y el mismo giro hacia el rojo debido al reciente aumento masivo de emisiones. El efecto es una estetización de los datos, que provoca cierta fascinación y alejamiento de la realidad.
Al final de la sala, un vídeo de base textual ilustra muchos de los conceptos que fundamentan este proyecto, entrelazando de forma narrativa historias sobre la distancia, la visión, los fósiles y el tiempo. A su lado, otro vídeo concebido de forma independiente al proyecto –Sunset –, termina de componer la instalación multicanal.
Cuando se investiga científicamente (y se plantea hipotéticamente) la existencia de la vida en otros lugares del universo, uno de los factores imprescindibles es la presencia de la luz (fotones) y la dualidad entre luz y oscuridad. Por orbitar el Sol y tener movimiento de rotación, presenciamos en la Tierra un fenómeno como la puesta del sol. El ocaso es un momento mágico y muchas veces emocionante, en que tomamos consciencia del tiempo mientras asistimos a la transición entre día y noche. Suele resultar en paisajes altamente teñidos de color, y estéticamente muy atractivos y simbólicos para el ser humano. Privarse de ver el horizonte (y una puesta de sol) –como en tiempos de confinamiento espacial– hace que uno busque en su realidad más cercana la manera de suplir esta necesidad, esta visión. Sunset surge de esta carencia, de estas reflexiones sobre el Sol, el tiempo, nuestra relación y posición en el universo, proponiendo una mirada pausada hacia lo cotidiano y los momentos trascendentales que derivan de la contemplación de cosas sencillas. Realizado en una sola toma, el vídeo muestra el fascinante movimiento de unas gotas de yodo que caen en un frasco de cristal lleno de agua, dejando filamentos y formas que gradualmente se depositan en el fondo del recipiente. Esta actividad recuerda la que ocurre en la superficie solar, con sus explosiones y protuberancias. Poco a poco, el agua se tiñe de varios tonos, y mientras se produce esta puesta de sol artificial, se desvela el dispositivo utilizado para la ficción: nada más que un recipiente con agua en un entorno casero. La disolución del amarillo empieza a 8 minutos y 19 segundos, el tiempo en que la luz del Sol tarda en recorrer la distancia de la Tierra.
PLANTA 1
El recorrido de House of the Sun termina en la primera planta, con una pequeña instalación de placas fotográficas antiguas puestas en rotación. Las placas de cristal muestran unas imágenes de manchas solares y funcionan como fósiles, objetos del pasado que registran nuestra evolución.
Nuestra relación con el Sol es de carácter fundamental y de un delicado equilibrio. Su existencia nos propicia la vida y la visión –y, a través de la visión, gran parte de nuestra comprensión sobre la propia vida. Tener el Sol en nuestras vidas y campo visual nos ha permitido ubicarnos y entendernos en el universo. También habitar una zona con condiciones óptimas para el surgimiento y mantenimiento de la vida. House of the Sun plantea muchas cuestiones partiendo de nuestro presente y de la relación profunda que tenemos con el Sol.
PROGRAMA DE VISITAS GUIADAS CON EL ARTISTA
18 de Noviembre
18:00h
19:00h
21 de Noviembre
11:00h
12:00h
13:00h
18:00h
19:00h
El enlace para reservar las visitas se publicará próximamente en esta página y en el sitio web de CASA SEAT
Antecedentes
Entre otras cosas, la llegada de la Covid-19 causó la retirada progresiva de los cuerpos de los lugares de encuentro y sociabilidad entre personas. La necesidad de contrarrestar la amenaza sanitaria provocó la supresión inmediata y radical de libertades básicas, generando un estado de sumisión ciudadana voluntaria en nombre de la salud. El estado de emergencia inesperado puso en evidencia la importancia de los vínculos afectivos y de las redes comunitarias, así como la necesidad del «con-tacto» humano pese a la paradoja del contagio.
A causa de la precariedad difusa y de la total ausencia de sistemas de tutela sociales, estas mismas exigencias se manifestaron en la comunidad artística. Ante el vacío institucional, la única respuesta posible fue la conexión, el acompañamiento, el compromiso mutuo, y la puesta en común de recursos humanos y económicos. Ser «cuerpos abiertos en la comunidad», como decía Merleau-Ponty, individualidades sensibles al entrelazamiento con las otras.
Las crisis suelen tener el efecto de exponer de manera radical problemáticas sistémicas ya existentes, pero después hay que recogerlas y ofrecer soluciones. Mientras en el ámbito artístico las propuestas más inmediatas y sensatas parecen haber nacido gracias a la iniciativa asociativa de las creadoras en sí mismas, ¿Dónde han quedado entonces los otros agentes del ecosistema?
Cuerpos itinerantes (y entrelazados)
Tomando estas reflexiones como punto de partida, esta propuesta tiene el objetivo de reflexionar sobre las posibilidades del trabajo en red y el valor del espacio público como lugar de encuentro. Se convierte en una excusa para generar vínculos profesionales y una plataforma de reflexión compartida. Por esta razón, se dirigió a las residentes de Hangar y La Escocesa (espacios de residencia ubicados al barrio de Poblenou), con la voluntad de propiciar momentos de intercambio y una metodología de trabajo en común.
Pero «¿qué significa ser cuerpo?» Vinculándose con la temática general de esta edición del Festival, las propuestas de Valentina Alvarado Matos y Carlos Vásquez Méndez, Laura Arensburg, Julia Calvo, Natalia Carminati y Daniel Moreno Roldán, Citlali Hernández y Nuria Anida, Comité Queer, Pedro Torres i Paula Serrano nos hablan de cuerpos expuestos, conectados, pixelados, atravesados por el tiempo; de corpor(e)alidades disidentes, dependientes, porosas y poderosas. Cuerpos que miran y son mirados, que atraviesan la ciudad y nos son atravesados. ‘Cuerpos Itinerantes’ y inmancablemente entrelazados.
Las diferentes propuestas se presentarán con dos emplazamientos en el espacio público: el primero, coincidiendo con la inauguración del Festival el día 9 de noviembre, tendrá lugar en los Jardines de Rubió y Lluch; el segundo, el día 12 de noviembre en la Plaza Joan Coromines.
El artefacto móvil que acompañará las propuestas ha sido concebido durante el taller ‘Artefactos móviles y Cuerpos itinerantes’, organizado en colaboración con EINA – Centro de Diseño y Arte de Barcelona, y con la participación de los estudiantes Irene Anglada Espadaler, Rafael Cribillés Alba, Gio Galindo («Grupo Octubre»); Mercedes Almeida, Maria Bei Bellsolà López, Andrea Fernández Camps, Maria Verdù; Elisabet Callén Artola, Julieta Italiano, Felipe Román Osorio, Lucía Trigo González.
El prototipo presentado por el «Grupo Octubre» fue el proyecto seleccionado. Pense (Jefe de construcción de Hangar.org) se encargó de la adaptación y construcción del dispositivo. El artefacto ha estado co-producido en colaboración con Hangar.org.
El universo conceptual y formal desarrollado por el artista Pedro Torres (Brasil, 1982) se articula alrededor de una noción tan abstracta y omnipresente como el tiempo. A través de medios y técnicas distintas, los proyectos de Torres son propuestas visualmente atractivas y sugerentes, en las que la reflexión sobre la representación y percepción de los múltiples pliegues del tiempo se entremezcla con un marcado interés por las posibilidades de la imagen y el lenguaje.
Haciendo de los hechos científicos el punto de partida para sus largas investigaciones (la curvatura del espacio-tiempo, la precesión del perihelio de Mercurio, el funcionamiento químico de un clatrato, la observación de la actividad solar por la NASA o el principio de sedimentación de un fósil son solo algunos ejemplos), el artista se aleja de interpretaciones puramente nocionales o técnicas y junta teoría y poesía para apelar directamente al público y a su experiencia individual. Tomando prestadas algunas palabras recitadas por una cálida voz en off en este último proyecto –Uxuwell (2022) –, podríamos decir que en la práctica de Torres «el proceso es continuo mientras pueda suceder, mientras atraviese los objetos y sea inherente a las relaciones y conexiones, mientras fluya. Para que tanto tú, como yo, podamos estar aquí o allí, o aquí y allí, ayer, hoy, mañana, nunca o siempre».
Realizado gracias a la Convocatoria de Producción 2020 de la Fundación “la Caixa”, y con apoyo de Hangar, Uxuwell reúne muchas de las líneas de investigación que caracterizan la práctica del artista: la representación entrelazada de pasado, presente y futuro; la esencia y el peso de la memoria; la percepción de nuestro entorno físico y natural; el impacto del cambio climático; y la importancia y materialidad del lenguaje.
Fragmentando el relato en múltiples pantallas, que evocan a su vez dimensiones espacio-temporales distintas, el proyecto propone un viaje narrado a caballo entre realidad y ficción, solapando imágenes de paisajes naturales, que podríamos reconocer como terrestres, con otras de entornos digitales, abstractos y glitcheados. En ese recorrido que transita por escalas y épocas diversas, el público es llamado a ser a la vez observador y participante activo. El dispositivo instalativo multicanal incita el movimiento de la mirada y del cuerpo, hasta traducirse en la posibilidad para el visitante de una experiencia inmersiva de realidad virtual. Esa opción puntual de interacción con el entorno adquiere, además, un significado específico cuando las imágenes propuestas ilustran cambios geológicos y climáticos irreversibles: esas secuencias parecerían sugerir una pregunta directa a quienes participamos de la actividad sobre el planeta Tierra.
Una posible clave de lectura del material original grabado por el artista entre España e Islandia permitiría, de hecho, detectar épocas precisas en la evolución terrestre y en el proceso de deterioro ambiental: el pasado, representado por las imágenes de las salinas del Parque Natural de las Lagunas de La Mata y Torrevieja, en riesgo de desaparición por la subida del nivel del mar; el presente, evocado por la zona de alta actividad volcánica y geotérmica de Hverir, entendida por Torres como metáfora de la acelerada actividad humana sobre el ambiente; el futuro inevitable de deshielo y la desaparición de los glaciares, descrito por visiones microscópicas inspiradas en el glaciar de Vatnajökull y en la laguna Jökulsárlón.
En una constante oscilación entre dimensiones formales y narrativas –que mezclan lugares reales con paisajes virtuales– el recorrido empieza, así, con la representación de un átomo de carbono flotante –elemento abundante en la corteza terrestre y esencia de toda forma de vida conocida–, y con la imagen de un territorio desértico que evidencia los límites de la representación digital. A partir de aquí, el visitante puede encontrarse con un paisaje solar que evoca calor y un movimiento a otras escalas; flotar entre partículas elementales que fundamentan la constitución de la materia; deslizarse entre el código del software Unity, utilizado para diseñar la experiencia virtual; estar en medio de un océano de aguas revueltas y olas continuas que remiten al paso del tiempo; perderse en la rotura de la imagen fragmentada, latente, en un umbral entre realidad y mundo virtual. Finalmente, la secuencia podría acabar con un travelling cósmico, un paisaje de oscuridad infinita que –temible y pacificador a la vez– podría remitir al fin del universo. Estas dimensiones paralelas podrían o no ser encontradas en el recorrido individual realizado a través de la realidad virtual: el viaje resultaría siempre una experiencia parcial, amplificada, además, por la circularidad y (no)linealidad del tiempo.
Tomando como punto de partida el concepto de Umwelt desarrollado por el biólogo, zoólogo y filósofo estoniano Jakob von Uexküll (1864-1944), el artista da vida, de esta manera, a distintas representaciones de nuestra experiencia de la realidad. Para Uexküll –largamente influenciado por el pensamiento kantiano– el concepto de la existencia de un mundo objetivo, regular y unívoco para todes no tendría sentido. Deberíamos más bien hablar de la existencia de un sujeto –u organismo– que, desde su propia perspectiva, establecería su específico e irrepetible conocimiento del mundo. De lo que seguiría la existencia de tantos universos posibles (Umwelten) que derivarían, a su vez, del mundo perceptual (Merkwelt) y operacional (Wirkwelt) de un determinado organismo.
De esta manera, el paisaje nocturno que cierra el recorrido narrativo y visual de Uxuwell vendría a ser el fin de un universo y el principio de otro, un «brillo primordial» que estalla donde termina mi visión y empieza la tuya. Buen viaje…
Texto de Carolina Ciuti