La exposición reúne distintas obras de finales de la década de los años setenta e inicios de los ochenta –Fin, Re-Prise, Boy Meets Girl, Going Through Languages–, en las que queda reflejado su incisivo cuestionamiento sobre el papel de la mujer en la sociedad contemporánea. Completa el recorrido Àlbum portàtil (1993), donde la artista rinde homenaje a todas las mujeres sin excepción, y Autoretrat (1980-2018), con el que habla mediante la cámara de vídeo de su lugar en la ciudad de Nueva York, donde vivió cerca de treinta años. Cierra la exposición Becoming (2022), una instalación nacida de la obra Un espai propi, con la que Balcells celebra la obra y la vida de Virginia Woolf.
Balcells siempre ha mantenido vivo el interés por la presencia de las mujeres en las diferentes esferas de la vida pública y la necesaria ruptura con los modelos de vida prefijados. Interroga la realidad con el ojo de la cámara y se interesa especialmente por los estereotipos humanos que el cine ha ido inmortalizando a través de las grandes productoras de Hollywood.
A mediados de los años setenta, inicia su trayectoria en el marco del arte conceptual español, donde se sitúa como una de las artistas pioneras del cine experimental y el arte audiovisual.
Esta película en color de 2013 bien podría haber sido un registro clásico de performance en blanco y negro de los años setenta. Es mudo, es «pobre» y explora las posibilidades del cuerpo del artista como herramienta para transgredir paradigmas culturales en y por sí mismo. Cuando digo que el vídeo es «pobre» no me malinterpreten, la artista nunca quiso otra cosa que hacer arte pobre, utilizando sólo su propio cuerpo sin adornos, unos pocos accesorios y, cuando la ocasión lo permite, una instalación como marco. De hecho, la única utilería que tiene aquí es una de sus más preciadas: una silla que, a pesar de ser invisible, no debe darse por aludida. Esta utilería antropomórfica es tan recurrente en la obra de Ferrer como en la de Bruce Nauman. Estos dos artistas comparten intereses comunes en la repetición, en el sinsentido (que la repetición provoca), en los gestos que son profundamente banales y, al mismo tiempo, revelan la penuria existencial de la interacción social. El interés de Esther Ferrer por el tiempo y la repetición ha sido una de las constantes de su trayectoria desde los años sesenta, cuando entró a formar parte del colectivo artístico transgresor conocido como ZAJ junto a Juan Hidalgo, Ramón Barce y Walter Marchetti.
Esther Ferrer es una artista de los setenta y, en cierto modo, ésta es también una obra de arte de los setenta. Al ver por primera vez Extrañeza, desprecio, dolor y un largo etcétera uno lo encuentra cómico; las expresiones faciales reverberan con el cine mudo. Los gestos, que como sabemos alejan cada vez más el rostro humano de una representación idealizada, son exagerados y bufonescos pero, poco a poco, nos damos cuenta de que son reales como la vida misma. Se trata de un repertorio de gestos al que recurrimos en bodas, funerales, grandes inauguraciones y un largo etcétera de eventos. Al principio los gestos se definen como pertenecientes a un sentimiento concreto, pero pronto empiezan a derivar hacia una nebulosa ambigüedad en la que el simulacro se vacía de significado. En los repertorios de gestos del Renacimiento los «otros» (los ancianos, los étnicos) eran siempre los desfigurados por las expresiones faciales radicales; la alteridad era la plataforma perfecta para reconocer la extremidad de la existencia. Al realizar esta repetición payasa de gestos sociales extremos, Ferrer asume este papel, poniéndonos cara a cara (literalmente) con los mecanismos extremos de la comunicación. Al fin y al cabo, se trata de un artista que durante medio siglo ha trabajado con el tiempo, el espacio y la presencia, y para el que nada más (nada menos) servirá.
Texto de Claudia Rodríguez-Ponga Linares
La Fundación Vila Casas presenta en el Museo Can Framis la obra La Liberté raisonnée (2009) de la artista Cristina Lucas, perteneciente a la colección de Sisita Soldevila. La propuesta, que hace alusión a la célebre pintura de Delacroix, La libertad guiando al pueblo, es una puesta en escena en la que se pone en entredicho el futuro de la libertad. ‘La Liberté raisonnée’ estuvo presente en una de las ediciones pasadas del Loop Fair y se recupera para la ocasión en un momento en el que esta libertad se encuentra en el punto de mira más que nunca ante la situación actual.
Sisita Soldevila que consiguió tener en su colección grandes nombres del videoarte, como Bill Viola y Michael Snow, era todo un referente del vídeo apostando por autores más jóvenes pero también reconocidos como Eulalia Valldosera, David Ymbernon o Cristina Lucas. Soldevila fue una destacada coleccionista en este país llegando a crear prestigioso hotel artístico, Ámister Art Hotel.
El día 19 de noviembre a las 18h del artista Cristina Lucas participará en una mesa redonda online con Carles Guerra, artista y crítico de arte, y Natalia Chocarro, directora de proyectos externos de la Fundación Vila Casas.